Beatriz Apablaza Espinoza, mamá de Joaquín

 Mi nombre es María Beatriz, soy miembro de la familia Apablaza, que tanto me enorgullece. Tengo 55 años y soy mamá de Joaquín Jesús Gómez Apablaza, de 24 años. Mi Joaco nació en enero de 2001. Al nacer, presentó Taquipnea respiratoria, lo cual implicó que estuviera varias horas en incubadora. Comenzaba así para nosotros un camino desconocido, que recorreríamos juntos para siempre. 

Cuando tenía 6 semanas de vida, Joaquín empezó a hacer unos movimientos que nadie reconocía. Lo internaron en la UCI y después de varios exámenes, me dieron el diagnóstico: Síndrome de West. Así empezó un largo camino, ayudándolo a vivir mejor su vida. En ese proceso, ha tenido gran relevancia la presencia de mi hermana Leo, una de las mujeres más valientes y fuertes que he conocido. Leo tiene a su hijo Lawrence, 6 años mayor que Joaquín, y junto a él han transitado un camino intenso, yo fui siguiendo ese camino que ellos abrieron antes. Criados en la medicina occidental, llegó un minuto en que esta medicina se quedó corta. Abracé muchas terapias, sin dejar el tratamiento de Joaquín con su neurólogo, psiquiatra y psicólogo. 

En 2018, a Joaquito se le gatilló un trastorno del ánimo en el espectro bipolar, y en 2024, los terapeutas concluyeron que tiene además un Trastorno del Espectro Autista (TEA). Más allá de cualquier diagnóstico, Joaquín es un milagro de la vida, de la medicina, de las terapias, de su familia, de las oraciones de todo tipo de religiones y del amor inmenso que ha recibido. Estoy agradecida de todos los médicos, terapeutas, profesores, amigos, sacerdotes, religiones y familia que nos han acompañado durante todos estos años. 

Hoy Joaquín no sale mucho de la casa, es un joven solitario, pero siempre está ocupado. Tiene sesiones con su terapeuta ocupacional, va sagradamente a su sesión semanal con su psicólogo, y una vez a la semana va a clases de natación. Y tiene dos grandes pasiones: el tren y hacer misa, desde muy chico, me dijo: “Hacer misa es mi trabajo, mamá.” 

La vida junto a Joaquito no ha sido fácil, hemos vivido preocupaciones, miedo e incertidumbre. Pero también ha sido un camino de grandes alegrías, de mucha luz y de esperanza. Con él nada se da por hecho, cada progreso que muestra es valorado inmensamente. 

Hemos caminado siempre acompañados, por la familia, los amigos, la oración de muchos, la compañía de quienes están cerca y de los que están lejos. Nada es fácil, pero Joaquín es tan grande, tan fuerte y tan luminoso, que me llena de fuerza y felicidad. Es un ser frágil e inocente, no conoce el mal y tampoco comprende el mundo tal cual es. Ha sido una responsabilidad enorme pero, más allá de eso, es un honor y un regalo poder acompañarlo en el trayecto de su vida, con todos los altos y bajos. Soy inmensamente afortunada de pertenecer a mi familia Apablaza. Sin ellos mi historia (y la de Joaco) habría sido distinta. 

Al pensar en un árbol, siento sus raíces, enormes y fuertes que lo sostienen. Y ver las ramas que se multiplican y se expanden, sus hojas, que le dan vida nueva; las flores, que traen noticias de nuevos comienzos, y las semillas, que lo perpetuarán de otras formas. Creo que la Fundación APA es fruto concreto de un amor muy grande. Es la respuesta a que la vida de nuestros hijos no ha sido en vano. Nuestra historia ha dado fuerza y vida a esta Fundación. 

Gracias por darme la posibilidad de compartir mi historia, que está abierta y en pleno desarrollo. Creo que la esperanza no termina en un diagnóstico médico. Que no se te escape la esperanza del corazón. 

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